Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"
–No te lo tomes todo que faltan los compañeros del camión de recogida –dije.
–El camión no va a pasar hoy, está roto.
–¡No me digas! ¡No puede ser! –entré en pánico de imaginar que volvería a sufrir la pesadilla vivida en Nueva Gerona. Las piernas perdieron fuerzas obligándome a sentar en el contén. Primitivo, asustado al verme palidecer, fue en busca de ayuda.
–¿Qué te pasó, mi hermano? Vamos, vamos al médico –dijo Isis al llegar.
–No hace falta, ya estoy recuperado.
–Dime, hermano ¿qué te hizo esa mujer que has venido así? –insinuó Isis, sentándose en el contén, y con gesto de lástima se dedicó a acariciarme las mejillas.
–Con ella no tengo problema, fue con el señor de la basura. Por su culpa, el número cuatro me separó de la familia.
Primitivo y mi hermana no entendían. Me creían loco, sus miradas los delataban. Sonreí con dolor, tomándola por la mano y ella insistió en su curiosidad.
–¿Ustedes no se divorciaron?
–No, lo triste es que nos queremos. Aquí no tengo donde vivir con ella, y de allá me botaron.
–¿Quién te botó de la Isla, mi hermano? ¿Por qué no has contado lo que te sucedió?
Primitivo se mantenía atento a la conversación absteniéndose de hacer preguntas.
–El número cuatro, Isis, se aprovechó del altercado con el señor de la basura para expulsarme y prohibirme la entrada en el municipio.
–¿Quién es ese extraño señor, el de la basura… y el otro tipo, el cuadrado?, ¿De verdad son tan poderosos cómo para sacarte de la Isla y no dejarte entrar?
El problema me lo había reservado. Solo de pensar en el asunto se me hacía un nudo en la garganta.
–Ven, hermanita, siéntate a mi lado, voy a explicarte.
Fuimos rodeados por varios vecinos que llegaron a auxiliarme y se quedaron a escuchar mi historia.
Después de casarme fui a vivir a casa de mi suegra. Los primeros meses estuve al margen de los asuntos domésticos. Me había concentrado en mi poesía. ¿Y el artista qué hace…? Decía mi suegra molesta, todos los días. Me vi obligado a asumir algunas obligaciones en la casa. Pasé a ser el responsable de la evacuación de los desperdicios domésticos.
–Puedes irte tranquila, amor, no olvidaré botar la basura –le aseguré a mi esposa en la puerta de la casa.
Ella iba a trabajar. Antes dejaría a nuestra hija en el círculo infantil. Siempre salía preocupada por la basura, temía un olvido mío. Mi responsabilidad me había sido impuesta por su madre que era de armas tomar. De ahí la preocupación. Quedé solo en casa con mis poemas. Después de trabajar un rato en la computadora y antes que me adormeciera por su encanto, salí con una bolsa de nailon llena de basura e intenté botarla. Al llegar a la esquina no vi tanque ni contenedor alguno, por un rato husmeé en los alrededores.
–¿Dónde está el tanque? –pregunté a un vecino.
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