Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"
–Mi vida, ¿botaste la
basura? –fueron sus primeras palabras.
–Sí.
–¡Qué extraño! El carretón
de la basura viene por ahí, y nunca pasa dos veces.
–¿Cómo que el carretón?
–dije asombrado.
–Sí, el carretón de la
basura lo dejé atrás cuando venía. Yo no sé dónde la habrás botado, pero por no
oír a mi madre pelear, no me interesa lo que hiciste con la bolsa.
Había caminado casi diez
kilómetros por gusto. No tuve valor de sincerarme, suele ser desagradable hacer
el papel de ridículo. Opté por callar y esperar el carretón del siguiente día.
Al llegar mi suegra en lo primero que recabó fue en la basura y al ver no verla
se mantuvo relajada el resto del día. Pasamos una noche de feliz convivencia.
Amaneció y la rutina volvió a nosotros. Mi esposa se despidió con un beso, y
mostrándome otra bolsa llena de desperdicios dijo:
–Amor, acuérdate de tu
misión, de ella depende nuestra tranquilidad.
Estuve pendiente todo el día
del carretón, cada vez que sentía los cascos de algún caballo sobre el asfalto
o el crujir de un coche, bajaba las escaleras con las dos bolsas de basura. Al
llegar la tarde y mi esposa, las piernas me pesaban.
–¿Te sientes mal? –dijo al
verme acostado.
–No, estoy cansado.
–¿Escribiste mucho?
Respondí con una sonrisa
irónica, después le conté lo difícil que se hacía identificar el carretón de la
basura. De pronto se escuchó el sonar de una campana.
–Oye, mi amor, ese es el
carretón, siempre toca un cencerro, y corre, que está cerca y no espera mucho.
Corrí escaleras abajo,
deteniéndome en el borde de la calle, ahí esperé un buen rato hasta que oí
gritar:
–Sube, amor, que fue una
falsa alarma, él pasa primero por la calle de atrás.
El carretón pasó por la
calle de atrás, por la de los costados y por varias más, siempre sonando los
metales. Bajé tantas veces como sonó la campana. Cuando le tocó el turno a mi
infortunada calle, bajé una vez más. El carretón recogía la basura de los
edificios de la cuadra que colinda, pero no tuve fuerzas para llegar allí. Al
concluir la recogida en aquel lugar, el carretón dio media vuelta, pero antes
el carretonero hizo una seña con la mano indicándome que estaba lleno, que lo
esperara. Parado en el borde de la calle comí esa noche, el carretón no
regresó. Nos pusimos de acuerdo y escondimos la basura dentro del cuarto para
poder tener otra noche de buena convivencia.
Al día siguiente, con más
experiencia en el asunto de la basura, dediqué la mañana a descansar. Por la
tarde fue menester esperar el carretón, pero no pasó. Teníamos en el cuarto
varias bolsas de nailon llenas de desperdicios dentro de un saco. Esa noche
casi no pudimos dormir, los ratones habían descubierto el basurero particular y
se pusieron a merodear debajo de la cama. Temíamos por nuestra hija, y
nosotros, así que me mantuve la vigilia. Por la mañana, esperé estar solo para
sacar el saco de debajo de la cama y salir con él al hombro. Al llegar a la
intercepción fui detenido por un patrullero.
–Ciudadano, ¿usted no es de
la zona?
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