martes, 21 de febrero de 2012

La basura y yo (3ra parte)


Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"

–Mi vida, ¿botaste la basura? –fueron sus primeras palabras.
–Sí.
–¡Qué extraño! El carretón de la basura viene por ahí, y nunca pasa dos veces. 
–¿Cómo que el carretón? –dije asombrado.
–Sí, el carretón de la basura lo dejé atrás cuando venía. Yo no sé dónde la habrás botado, pero por no oír a mi madre pelear, no me interesa lo que hiciste con la bolsa.
Había caminado casi diez kilómetros por gusto. No tuve valor de sincerarme, suele ser desagradable hacer el papel de ridículo. Opté por callar y esperar el carretón del siguiente día. Al llegar mi suegra en lo primero que recabó fue en la basura y al ver no verla se mantuvo relajada el resto del día. Pasamos una noche de feliz convivencia. Amaneció y la rutina volvió a nosotros. Mi esposa se despidió con un beso, y mostrándome otra bolsa llena de desperdicios dijo:
–Amor, acuérdate de tu misión, de ella depende nuestra tranquilidad.
Estuve pendiente todo el día del carretón, cada vez que sentía los cascos de algún caballo sobre el asfalto o el crujir de un coche, bajaba las escaleras con las dos bolsas de basura. Al llegar la tarde y mi esposa, las piernas me pesaban.
–¿Te sientes mal? –dijo al verme acostado.
–No, estoy cansado.
–¿Escribiste mucho?
Respondí con una sonrisa irónica, después le conté lo difícil que se hacía identificar el carretón de la basura. De pronto se escuchó el sonar de una campana.
–Oye, mi amor, ese es el carretón, siempre toca un cencerro, y corre, que está cerca y no espera mucho.
Corrí escaleras abajo, deteniéndome en el borde de la calle, ahí esperé un buen rato hasta que oí gritar:
–Sube, amor, que fue una falsa alarma, él pasa primero por la calle de atrás.
El carretón pasó por la calle de atrás, por la de los costados y por varias más, siempre sonando los metales. Bajé tantas veces como sonó la campana. Cuando le tocó el turno a mi infortunada calle, bajé una vez más. El carretón recogía la basura de los edificios de la cuadra que colinda, pero no tuve fuerzas para llegar allí. Al concluir la recogida en aquel lugar, el carretón dio media vuelta, pero antes el carretonero hizo una seña con la mano indicándome que estaba lleno, que lo esperara. Parado en el borde de la calle comí esa noche, el carretón no regresó. Nos pusimos de acuerdo y escondimos la basura dentro del cuarto para poder tener otra noche de buena convivencia.
Al día siguiente, con más experiencia en el asunto de la basura, dediqué la mañana a descansar. Por la tarde fue menester esperar el carretón, pero no pasó. Teníamos en el cuarto varias bolsas de nailon llenas de desperdicios dentro de un saco. Esa noche casi no pudimos dormir, los ratones habían descubierto el basurero particular y se pusieron a merodear debajo de la cama. Temíamos por nuestra hija, y nosotros, así que me mantuve la vigilia. Por la mañana, esperé estar solo para sacar el saco de debajo de la cama y salir con él al hombro. Al llegar a la intercepción fui detenido por un patrullero.
–Ciudadano, ¿usted no es de la zona?


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