Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"
–¿Dónde está el tanque?
–pregunté a un vecino.
–Sigue recto por esta calle
y lo vas a ver al final –señaló con un dedo.
Seguí la indicación. Caminé
recto. Crucé una carretera que interceptaba la calle por donde caminaba. Pero
por mucho que me alejaba no veía tanque alguno. Un tanque de basura no puede
estar tan lejos, murmuré. Busqué donde orientarme. Vi una escuela no muy lejos
de la ruta.
–Muchacho ¿dónde está el
tanque?
–Puro, todavía te falta un
poquito –dijo un deportista que trotaba en los alrededores de la escuela– dobla
en la esquina y sigue hasta la entrada del reparto Saigón, cuando llegues a su
entronque camina calle arriba, el tanque lo tendrás frente a ti.
Así lo hice. Cuando llegué
al entronque me detuve a reflexionar: Por eso mi suegra quiere quitarse el
problema de la basura. ¡Claro! Mejor manda al que no es familia antes que a su
hijo ¡Qué se reviente el agregado! Lo voy a hacer hoy porque se lo prometí a mi
esposa. Y doblé calle arriba hasta llegar a la falda de una loma, donde había
un inmenso tanque de agua, mucho más grande que otros dos tanques de agua
vistos por el camino, pero el que buscaba no estaba. A un costado intenté dejar
la bolsa y un inspector salido de la nada lo impidió aplicándome un decreto ley
por arrojar basura en la vía pública.
–¡Vaya multa la que recibí!
–El círculo permanecía compacto, Isis y los vecinos escuchaban con asombro.
Con la bolsa de desperdicios
regresé a la casa, mi esposa estaba por llegar, por lo que la oculté debajo de
la cama.
–Mi vida, ¿botaste la
basura? –fueron sus primeras palabras.
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