Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un
suicida"
–¿Es todo lo que tiene? ¿Puede hablarme
sobre él? –imploré, necesitado de algo y alguien que pudiera aportar más
detalles. Esas frías biografías, una hija de la otra, no se asemejaban al
testimonio del vendedor. El especialista no fue muy cooperativo, afirmó carecer
de más información, tampoco sabía quién era el autor de la biografía, no dejó
que la transcribiera por falta de tiempo, y no se pudo pasar el escrito a un
disquete por problemas en el ordenador.
El bibliotecario cerró el programa y
apagó el equipo, realmente se veía apurado. Salí del local y mientras caminaba
por la espaciosa biblioteca la desazón reprendía mis meditaciones, sintiéndome
insatisfecho.
Alberto, Alberto, no puedes pretender
que te hablen del mártir de la misma manera que lo hizo el vendedor, él vivió
la historia que repetía. Faltaban pocos metros para llegar a la puerta de
salida, aminoré el paso y miré hacia un punto donde había varias mesas con sus
sillas, un fondo con ventanas de cristal y una gran vitrina, cerca de la
puerta, hacia dónde me dirigí. Viejos documentos, medallas y trofeos, además de
varias fotos, se guardaban detrás del cristal. Todo se veía opaco y marchito
dentro del mueble, era evidente que desde hacía años no recibían tratamiento de
conservación, total ¿para qué?, todo el mundo pasaba frente a la vitrina sin
recabar en ella, en cualquier momento te sacan de aquí, murmuré frente a ella
mirando las fotos y demás elementos expuestos.
La historia tantas veces descrita, mis
investigaciones, mi necesidad de saber y conocer a fondo la vida de aquel
joven, tomaron otro matiz al ver sus objetos personales frente a mí. Me sentí
cerca de él al ver sus diplomas escolares, sus fotos y sus trofeos.
Con los datos recabados de las
biografías y el material histórico que tenía al frente se hacía menos
impersonal, pero sus fotos me consternaron, siempre lo había imaginado maduro,
de fracciones duras y con vasta experiencia en la vida y la lucha
revolucionaria. Había sido asesinado casi al final de la adolescencia, las
fotos descubrían rasgos infantiles, desprovistos de temple y valentía,
contrastando con su grado de Capitán, Jefe de la Célula número 8, de acción
y sabotaje, del Movimiento 26 de Julio en una Habana inconstitucional, corrupta
y tiránica.
–Se puede quedar aquí adentro –sugirió
el bibliotecario que salía apresurado–. ¡Ah!, no le abra a nadie.
Al parecer estaba tan sumido en la
vitrina, que no se atrevió a sacarme de la biblioteca, pese a ser un extraño.
–Esas fotos, documentos y trofeos fueron
una donación hecha por los familiares del mártir, creo que la hermana y la
madre. La biografía la hicieron en la
Casa de los Combatientes del municipio –afirmó, cerrando la
puerta.
Solo en el inmenso salón y frente a la
historia que se mostraba en la vitrina quedé extasiado por un largo rato. La
historia del vendedor y mi historia preconcebida tenían que ser ajustadas,
según la biografía, el suceso había ocurrido sobre las tres de la tarde, dos
horas después fue encontrado por amigos y familiares en el hospital Emergencia
con un tiro en la nuca que fue lo que lo mató, el disparo fue hecho a boca
jarro, duró cuatro días con vida, nunca recobró el conocimiento.
El balazo recibido frente a mi testigo,
dio en su espalda, herida que tenía en el cuerpo a la hora de su muerte. El
tiro escuchado por el vendedor dentro de la escalera, no hizo blanco. Según mis
deducciones, el disparo que lo hirió de muerte fue el realizado en la
perseguidora, en la calle 18 antes de doblar por 17.
Todo me llevaba a la Asociación de
Combatientes de la
Revolución del Municipio Plaza.
–No, compañero, de ese mártir no hay
nada escrito –argumentó una funcionaria–, ahora es que estamos investigando
sobre él, será declarado el mártir del municipio –anunció–. Lo que sabemos es
que intentó huir de un patrullero al ser delatado. Él nunca pudo llegar a la
escalera ni entrar al edificio, antes, un tiro en la espalda lo derribó.
Mi versión de la historia le intereso
mucho; fue más que evidente, manteniéndose casi todo el tiempo en silencio e
impávida. Nunca rebatió mi relato. Solo se dedicó a exponer los elementos tal y
como los conocía. Por último, me dio la dirección y el número telefónico del
historiador de la
Asociación para que diera mi versión, cosa que no hice.
Al terminar las pesquisas me dirigí al
lugar de los hechos. Pasé las manos sobre el bronce de la tarja. Mis dedos
palparon las palabras inscrita a relieve.
–Mártir no, héroe es tu estirpe, no
fuiste a la lucha por hambre, ni porque te viste envuelta en ella, ni por
librarte de alguna deuda o condena, no aspirabas a conquistar ciudades, como
muchos otros, fuiste todo coraje, desprendiéndote de lo que poseías y de un
futuro tranquilo, para ti, mi respeto –exclamé en el lugar donde tantas veces
revolqué mi cuerpo cuando jugaba mientras fui niño.
En ese momento creí tener certeza sobre
lo ocurrido el siete de agosto de 1957 en la intersección de las calles 18 y 19
en el Vedado capitalino.
Una siniestra sonrisa exhibía el rostro
del viejo vendedor, aún respiraba. ¿Cuál habría sido su participación?
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