La obra, dividida en cuatro partes, se enmarca dentro
de un proceso revolucionario consolidado, sumido en una inédita crisis
económica. De pronto, los valores que con tanto esmero inculcara a sus
ciudadanos el proceso revolucionario finiquitan, haciendo renacer nuevamente
los valores de la antigua sociedad. Todos los que habían confiado y creído en
los postulados revolucionarios de los padres fundadores, postulados que
exacerbaban la pureza, la honestidad, el sacrificio, la solidaridad y la
equidad social, quedan desorientados y muy mal parados con el transcurrir de
una crisis que es eternizada en la obra.
Esta primera parte termina con la aparición de los
hijos de Gloria, viuda de un insigne ministro. En ellos se refleja el
pensamiento más recóndito de la burguesía revolucionaria enquistada en el
poder, es la benefactora casi exclusiva de la suntuosidad del bienestar, como
dijera Mezquida en un diálogo mientras adoctrinaba a uno de sus pupilos.
El poder, componente determinante en la vida de los
hombres y de las relaciones sociales, los amores poco ortodoxos, lo divino, la
doble moral, el engaño y el odio, se unen en un todo y sugieren con sutileza el
leitmotiv de cada uno de los
personajes, atados a un fuerte instinto de supervivencia que subyace en cada
escena como hilo conductor. Es la naturaleza humana quien corroe involuntariamente
la conciencia de los hombres, parece clamar Valdecruz, que se transfigura con
suspicacia en Mezquida, es la natura, lo inevitable, lo intrínsico del ser.
En la segunda parte de la obra se nos devela una sui
géneris cofradía alcohólica: La parrilla de los borrachos. En ese lugar
aparecen, en medio de los conjuros de Ada, seres fantásticos como el Maestro
Machete, el Abogado Mendigo, el Ministro Andarín, que obligan al tío de Nora a
realizar una labor de desmitificación. Es el lugar donde se sirve con
naturalidad los exóticos caviar y pate criollo, es el lugar en que no falta el
asado y donde los borrachos y los menesterosos de la ciudad quedan protegidos
de la espantosa hambruna. Los actores secundarios matizan la debacle social y
sus acciones antes, durante y después de la gran crisis, marcarán el derrotero
de cada cual en un lapso de cincuenta años.
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