La musa era
para mí un inventó de los creadores, algo convenientemente ideado para
justificar lo que tanto guardan en la mente los artistas, era algo fatuo y sin
sentido. Claro, en ese tiempo desconocía que dentro de mi propia mente vagaban
seres desconocidos, llenos de historias por contar. Ahora cuando una ellas (mis
historias) toma su forma definitiva y la releo, me enfrento a algo que yo mismo
me siento incapaz de escribir, solo atino a preguntarme: ¿Seré yo el autor o
será la musa?
Ya que
estoy escribiendo sobre la musa, te dejo un cuento que escribí con ese título:
La musa por
encargo
Estaba convencido de que la inspiración lo había
abandonado para siempre. ¡Maldita musa!, dijo. Recorrió con la mirada el suelo
del furgón. Dinero al seguro. Sacó algunas cuentas: diez pares de córneas, diez
pares de riñones… ¡ah!, lo principal: diez corazones vigorosos. Con delicadeza
tomó un brazo. ¡Qué belleza! Suspiró con un implícito deseo liberador.
–Vamos, Poeta, acaba con eso antes de que aparezca la
migra –ordenó el chofer.
La droga camuflada en la merienda escolar mantenía el
cuerpo incapacitado, pero expectante.
–Esta es la última, Cuate –respondió antes de
hundirle la aguja en una vena saltarina.
El coma inducido llegó rápido. Los grandes párpados
cubrieron las pupilas que lo subyugaban.
–Pásate pa´lante, Poeta… lo que llevamos es mercancía
de primera.
El chofer echó andar el auto. Poeta repasó por última
vez a las víctimas conectadas a los sueros. De un salto pasó al frente. Extrajo
de la guantera un poema inconcluso. Cuando alcancé tus ojos/ dejé de mirar al
cielo, escribió.
–La inspiración es del carajo, Cuate.
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