Conocí a Mezquida en la década del ochenta cuando se incorporó a la fábrica de cigarros como médico, ya yo era trabajador de allí. Venía con algunas recomendaciones especiales del policlínico. Los directivos del centro asistencial lo visitaban seguido. Por mi parte, le notaba un aspecto de vieja pizpireta y desde que lo vi la primera vez intuí que era un conspirador, un pendenciero innato. Cuando supo que yo era el mejor operario de las obsoletas máquinas SCM fabricadas en 1914 fue a verme a mi puesto de trabajo. Es un milagro que aún funcionen, fue lo que dijo para justificar su presencia al final de la batería de maquinas cigarreras. Demasiado ruido, aquí deben de haber muchos hipertensos. Logró llevarme al dispensario de la fábrica. Me tomó la presión, ordenó hacerme algunos análisis, y con los resultados me dictaminó reposo médico. Así lo fue haciendo con los mejores trabajadores, los imprescindibles de la fábrica, hasta que se creo el caos productivo.
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