La Aurika, 1era parte.
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La lavadora Aurika estaba en el borde de la acera; la suerte nos había acompañado ese día. El equipo, increíblemente, tuvo reparación en un taller cercano. Mi esposa cantaba a nuestra hija una canción infantil. Se veían felices, ajenas a mí y al motivo que nos había llevado a aquella esquina. Aparté la vista de ellas por un momento; para ser sincero llevaba un tiempo con la vista apartada del mundo, hasta de ellas, solo esporádicamente pequeños raptos felicidad me inducían a mirarlas. Me había transformado en un cautivo de la vida pasada o mejor dicho de la vida que me había pasado por encima. Con todo y eso, la prefería y la añoraba. Me eternicé en una inútil divagación mental sobre un pasado que jamás volvería. De eso quedé convencido aquel día al mirar hacia el borde de la acera donde ya no estaba nuestra lavadora. La Aurika ahora estaba detrás de un lujoso jeep todoterreno. Dos refinadas mulatas, llenas de alhajas, la cargaban. Corrí hacia ellas. Mi esposa arrastró a la niña, secundando mi acción.
–Compañeras, ¿qué hacen con mi lavadora? –dije a las elegantes señoras.
–¿Tu lavadora?... La tuya será otra, porque esta es nuestra –dijeron en copla perfecta, con evidentes ínfulas de superioridad–, paramos para acomodarla porque maltrataba nuestra compra –acotaron.
El interior del jeep estaba repleto de mercancías compradas en divisas, de esas que hacen empequeñecer a cualquier hombre honrado y trabajador que viva solo del salario y que además, tenga esposa e hija. Nosotros, mi familia y la vieja Aurika, dábamos una sensación de anacronismo junto a aquella gota de esplendor ostentoso caída en una ciudad que lloraba piedad y miseria.
–¡No!... esa es mi lavadora, la que gané mérito a mérito, con mi trabajo.
–Me parece que te confundiste –dijo una de ellas– ¿méritos?... –murmuró– mira, yo no sé de donde tú saliste, porque hasta donde nosotras conocemos las cosas se compran con dinero, no con esa cosa que mencionaste –acotó a la vez que su compañera la apoyaba con gestos–, busca la tuya, que esta se compró con dinero.
Los tres forcejeábamos, ellas empujaban la Aurika hacia arriba, yo hacia abajo. Una me agredió, mi esposa la abofeteó. La Aurika cayó al piso. La policía llegó.
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