Mezquida
fue diplomáticamente sacado de la fábrica, teniendo en consideración que era
uno de los tres mil médicos que se quedaron en el país después del triunfo de
la revolución. El último día fue hasta la maquina 10 donde yo trabaja para
despedirse, dijo que por haber sido yo el primero. Era algo así como el
elegido. Solicitó mi colaboración para ayudarlo a recoger sus cosas de dentro
del consultorio de la fábrica. Esperó a que terminara el turno. Yo no puse
objeción para llevar sus pesadas pertenencias hasta su casa. Era mucho peso
para un hombre de avanzada edad. Salimos y caminamos doscientos cincuenta
metros. Esa es la distancia aproximada que existe desde la fábrica a La
puerta de la paz, como se denomina a los tres arcos que conforman la
entrada principal del cementerio Cristóbal Colón de la Habana. Allí me
despidió. Hasta aquí llegas tú, y muchas gracias, me dijo. Lo vi perderse
detrás de la capilla central del cementerio, a medio kilómetro de distancia.
Cargaba la pesada valija como si nada. Un celador me preguntó si yo era familia
de aquel viejo. Después de mi negativa me confesó que lo había visto hablando
en reiteradas ocasiones con los muertos. A eso viene aquí, me dijo.
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