martes, 28 de febrero de 2012

El Héroe y el vendedor, 2da parte

Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"


El antiguo vendedor agonizaba, sin tiempo apenas para exonerarse ante mí. La muerte al parecer le había dado una tregua, según los médicos debió morir desde hacía días. Una escena se le veía congelada en su mente. Tal pareciera que aquel joven era abatido en ese mismo instante. El ruido de los proyectiles aún zumbaba en sus oídos, podía escucharlo a través de sus pupilas lánguidas, casi muerta, diría. Nunca ocultó su miedo ni su incomprensión ante aquellas balas. Contó mientras pudo sobre el silbido de la bala, que derribó al joven combatiente, y jamás olvidó las ofensas y el forcejeo cuerpo a cuerpo que antecedieron a la muerte.
Pasé trabajo para que alguien pudiera dar fe de lo acontecido, a pesar de que el nombre de José Ramón anda mezclado en la vida que transito.
Solo sé que es un mártir, desconozco su historia, fue la primera respuesta que obtuve en una dependencia estatal que llevaba su nombre. Durante días anduve indagando por las bibliotecas, y poco pude lograr, a pesar de la colaboración de sus trabajadores. No existía documentación ni libros que mencionaran el nombre del muchacho que había muerto ese día. En la Unión de Historiadores de Cuba nada tenían al respecto. Pensé que fue un hombre irrelevante y que el miedo que provocó su muerte al vendedor fue exagerado. Pero... ¿y la historia oída tantas veces? ¿Y el miedo en el rostro del vendedor y su angustia al contar lo sucedido? Tenía la versión del hecho bien concebida:
Dos jóvenes se bajaron de una ruta 28 en la parada frente al Jalisco Park. Dejaron la calle 23 y siguieron por 18.
–Toma el arma –dijo José Ramón, al sospechar que el hombre frente al bar de Miguel era un policía vestido de civil; el arma iba oculta en la cintura, trató de pasársela a su colega.
–Quédate con ella... a ti es al que buscan –insistió el compañero titubeando. Hubo un segundo de discordia, hasta que con gran tensión José Ramón pudo colocar el cuarenta y cinco en la cintura de su acompañante.
–No cojas por ahí –advirtió el amigo, receloso de que hubieran montado una celada en la intersección. 
El agente hablaba al oído de una persona que obsequiándole frutas de una carretilla respondía sigiloso y trémulo, manteniéndose inmóvil sobre el portal del bar de Miguel. Era un vendedor ambulante que, súbitamente, había suspendido sus pregones mañaneros.
–A ese me le escapo en su nariz, o, lo estrello contra el piso. El arma es tuya, te ordeno alejarte de mí… de ese me encargo yo –contestó José Ramón.
Así se hizo, el compañero tomó el arma y cambió de rumbo, él se dispuso a atravesar el punto neurálgico.
La versión del suceso, contada tantas veces por el vendedor, me había llevado a tener mi propia apreciación del hecho. La historia desconocida del mártir era cautivadora. Muchas veces me reproché estar ocupado en alguien que no resolvería el cúmulo de problemas que afectan mi vida cotidiana.      
¿Cómo habría escapado su compañero de la muerte? Ni tan siquiera tuvo necesidad de disparar el arma, solo escapó. Lo más probable fue que antes de llegar a la intersección de las calles 18 y 19 los dos jóvenes se separaron. El guardia debió seguir al que iba desarmado; o, en efecto, José Ramón era el objetivo. Esto lo hizo precipitarse de la acera para cruzar la calle 19 con intenciones de correr 18 abajo. El policía avanzó unos pasos en dirección a la calle 16. Por un momento el joven aminoró la marcha, al ver que el peligro perecía alejarse. Su compañero, con pasos aligerado escapó en dirección opuesta al policía, que no tuvo intenciones de retirarse, solo avanzó escasos metros para avisar a una perseguidora detenida en la otra esquina, que encendió la sirena, signo de muerte y miedo.
Un mensajero de un banco de películas llamado Martino, vecino de la cuadra donde vivía, me aconsejó dirigirme a un tecnológico que llevaba el nombre del mártir, y de donde él era profesor. Alternaba las dos funciones. Me aseguró no recordarse de la vida del joven combatiente, pero dejó entrever que existía una biografía en algún lugar de la cátedra. Creo que hace unos años mandé a redactar su biografía.
Al sentir la sirena de la perseguidora José Ramón corrió; pronto la tuvo cerca, trató de escabullirse en la escalera del edificio que está por la calle 18, al lado del bar, pensaba en mi desvelo, reconstruía los hechos. A partir de ese momento tenía el testimonio del más cercano y único testigo o talvez el delator; el vendedor ambulante. Todas las personas desaparecieron del lugar, l as ventanas y puertas fueron cerradas, el miedo que infundía la perseguidora era evidente. La versión que no se asemeje a la mía, es falsa, decía constantemente el vendedora quien vi más de una vez sobresaltarse con lágrimas en los ojos, cuando el recuerdo de aquel día se apoderaba de él. No se había quedado por valentía, le fue imposible huir.
–A esa hora mandarme a correr era ser blanco fácil de una confusión y de una bala –describía el vendedor.
Optó por tirarse al suelo, desde donde pudo ver cómo José Ramón al tratar de entrar al edificio era alcanzado por los esbirros a quienes apabulló a estrellones y, después de liberarse momentáneamente de ellos, entró y corrió escalera arriba; después sonó un disparo.
–Eran unos asesinos, lo arrastraron boca abajo por las escaleras, como si fuera un saco, su cara chocaba sin misericordia en cada escalón y sobre el piso de granito de la entrada el edificio –siempre contaba el vendedor, conteniendo su respiración, nunca quiso que sus hijos lo vieran llorar–, pero el muchacho se repuso y se incorporó, le dio otra paliza. 

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