jueves, 12 de abril de 2012

1980

Cuento que aparece en el libro "Preámbulo para un suicida"

  –¿Qué pasa allí? –pregunté a un vecino que miraba a lo lejos.
–Mira pa´llá… ¡qué molotera!, un carro se estrelló frente a la florería.
–¿Hubo muertos?
–Creo que dos.
Dejé de preguntar y seguí mi camino al trabajo. Siempre procuraba ser el primero en llegar. Era jefe de turno y me gustaba dar el ejemplo. Por el camino se agolpaban curiosos por todas partes. Querían saber el verdadero motivo de la molotera frente a la Florería. Hasta el carnicero había dejado de vender el pollo del racionamiento.
–¿Poco trabajo, Elías? –le dije al carnicero y sonreí. Una inmensa cola de vecinos se alteraba mientras esperaban por su inoportuna curiosidad.
–No ¡qué va! Mira como está la carnicería, pero quiero ver al atracador que cogieron.
–¿Pero no fue un accidente automovilístico? –dije asombrado.
–¿De dónde tú sacaste eso? Fue a un desgraciado que cogieron asaltando a una viejita –respondió muy seguro.
La duda me inquietó. Pero no podía seguir detenido por un evento contradictorio, ya iba atrasado. Reinicié la marcha. Cuanto más me acercaba a la florería, más compacto se hacía el tumulto de personas que obstruían el camino al trabajo.
–Oye, jefe, tremenda moña hay en esa casa, mataron a los dueños para robarle –dijo uno de mis trabajadores, que era vecino de la zona, cortándome el paso.
“¡Coño, ahí es donde viven el Chino y su esposa! ¿Las habrá sucedido algo a ese par de viejos?”, pensé. 

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lunes, 9 de abril de 2012

Tostado Tostado, novela políciaca de Alberto Acosta Brito


Tostado Tostado, novela políciaca


Una herencia lleva al clímax el viejo conflicto entre Lino y su hija Inés. Las pasiones se destapan: codicia, desamor, intereses malsanos, deshonestidad, manipulaciones. Un oculto pasado amenaza a todos. La muerte sale de las tinieblas dejando una estela de desgracias. Alguien que ha escondido el pasado lucha por sus hijos. Una terrible carnicería se desencadena tras la herencia y el amor negado. La bella Celia y su jefe luchan por encontrar al asesino. Un inesperado final les espera en el policíaco “TostadoTostado”.


Más sobre Tostado Tostado

En la década del 90 del pasado siglo, Cuba cayó en una profunda crisis económica y con ella se desmoronó todo el sistema de valores de la sociedad. Buscar dinero a como diera lugar se volvió una rutina social, muchos segmentos se prostituyeron y las personas sacaron sus instintos más perversos como modo de supervivencia. Algunos empezaron a soñar herencias y a tratar de conectarse con ramas genealógicas que le dieran un posible dividendo. España, la otrora Madre Patria, fue la mira principal.
Lino y María, emigrantes cubanos en Estados Unidos llegan a su país de origen de una forma no deseada. En España habían sido sorprendidos por una desagradable noticia a la hora de tramitar una herencia millonaria perteneciente  al padre y al tío de Lino, quienes habían ocultado su existencia por desavenencias éticas con el posible uso de ella. El padre de Lino, que se dedicaba a los trajines politiqueros durante la república mediatizada no aceptaba las intenciones de su hermano, un viejo luchador comunista, que pretendía donar su parte al gobierno cubano. Los dos hermanos, con la tozudez que caracterizaba a los españoles que emigraron hacia Cuba, nunca se pusieron de acuerdo para dar curso legal al cobro de la herencia, hasta que después de morir ambos, el único descendiente directo, Lino, trató de cobrar la millonaria fortuna.
Inés, única hija de Lino, desde Cuba y a través de una consultoría jurídica internacional, había presentado el testamento dejado por su abuelo antes de morir que le aseguraba a ella los derechos de propiedad sobre la casa, ante la sabida pretensión de Lino de desfavorecerla para beneficiar a Erminia, la hija consentida de su esposa. Inés, hábilmente, había usado dicho testamento para meter las manos en la herencia.
María, que tiraba de la cuerda tras bambalinas en el conflicto entre Lino e Inés, que no pasaba de ser una venganza contra la infidelidad de la madre de Inés, tenía un pasado desconocido, un pasado que regresó convertido en un problema.
Pero la herencia no es sólo eso, es el hilo conductor que va guiando la novela entre las oscuras motivaciones del hombre, es la quimera de los oportunistas como el bacalao, padrino de santería de varios de los personajes de la obra; Ernesto, el concubino de Erminia, un vividor que sabía explotar a su favor la fealdad de su concubina; y Roberto, el hermano de ella, quien se siente con el derecho de vivir del dinero de su madre. Todos de una forma u otra deseaban el beneficio de la herencia y cualquiera pudiera ser el asesino.
En la otra arista de la novela está el trabajo policial y algunos de los conflictos internos que se pudiera presentar la policía en la vida real. Celia, oficial que lleva el caso, es una bella mujer que debe luchar para resolverlo y a la vez batallar en un medio donde impera el machismo.


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Autor: Alberto Acosta Brito

Cubano.Graduado de Economía desde 1991. Promotor Cultural desde 1993. He participado en dos talleres literarios auspiciados por la UNEAC. Premio ARTECO (Arte Comunitario) por el ensayo "La dignidad". Participación en el concurso ARTECO en fotografía (2001).
Pre-selección del V Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve. Pre-selección del IX Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve. Premio Municipal de cuentos "Francisco Mir Mulet", 2005 en la Isla de la Juventud. Finalista del concurso de novela YoEscribo.com 2005. Segundo lugar en el concurso carácter nacional Mangle Rojo.
Obras publicadas: el libro de cuentos “El héroe y el vendedor” (2007), el cuento “La basura y yo” en la antología “Las señales del escriba” (2009), de Ediciones Ancora, y  un poema en la antología beisbolera “Aedas en el estadio” (2009),  de la editorial Unicornio.
Ahora publico de forma independente en Smashwords, el Kindle de Amazon, Xinxii, Lulu y Bubok.
He escrito más de 300 poesías, 25 cuentos, 1 novela y otras 3 en fase de terminación.
Me encanta escribir y siempre logro hacerlo durante algunas horas diarias.
Puedes leer extractos gratis de mis escritos en este blog, en mi web o en las plataformas de publicación.
Espero las disfrute.

Alberto Acosta Brito
Twitter 
http://twitter.com/@AlbertoAcostaBr
E-mail
albertoacostabrito@gmail.com
Blog
http://albertoacostabrito.blogspot.com/
web
http://albertoacostabrito.galeon.com/

viernes, 6 de abril de 2012

Poema 7: Convicción



Convicción
 

Amor, es sensación incomprensible,
símbolo de poetas,
letras esculpidas en cualquier cosa.
Amor, es lo que confunde y desorienta
lo que derriba y construye.
Amor, es suspiro creador,
código hermético
irreverencia ante lo bello…
                            lo único…
                            lo irrepetible.
Amor, son ustedes,
aquellos, nosotros, cualquiera;
todos, hasta yo.
Pero sobre todas las cosas;
amor, eres tú. 


Puede encontrar más poemas en la próxima entrada de este blog, le esperamos

o si le apura puede continuar leyendo más en:
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jueves, 5 de abril de 2012

La Aurika (3ra parte), cuento que aparece en el libro “Preámbulo para un suicida”

La Aurika, 3era parte
 
–Que se acerquen los representantes de cada una de las partes –ordenó el Juez.
Un señor de cuello y corbata, con un elegante portafolio de piel de serpiente, se acercó a la mesa y dijo algo, después señaló para las señoras. El juez al ver que faltaba nuestro representante, preguntó:
–¿Y el abogado de ustedes?
–Yo no sabía que había que traer abogado, solo vine a buscar mi lavadora.
Todos en la sala rieron. Yo estaba convencido que un tipo como yo, trabajador de toda una vida, se le sobresaldrían los méritos por encima de la ropa, llegado el momento. El juez golpeó la mesa con un mazo de madera y sonrió para decir:
–Usted está aquí para litigar una lavadora, no para llevársela –incriminé a mi esposa con la mirada: ¡Comemierda, debiste estudiar derecho y no magisterio!, le dije en silencio. Ella pareció escucharme, bajó la cabeza.
–Quién se va a llevar esa lavadora lo determino yo, en dependencia de las pruebas que obren a favor o en contra de cada una de las partes –aclaró el letrado.
Mi esposa levantó el rostro con evidente ira. Imaginé su réplica: ¡Comemierda serás tú! La niña estaba en el medio. Era como un muro de contención. Sin ella nos hubiéramos ido a las manos. Dime, ¿qué te dieron tus diplomitas de cumplidor de la Emulación Socialista y tu condición de Vanguardia?... estúpido, estúpido. Gritaba, estaba seguro de que lo pensaba. El Juez no dejaba de cuestionarnos–. Debió haber ido a un bufete de abogados y solicitar los servicios de un civilista...–de esta pierdo a mi esposa. ¿Qué mujer quisiera estar con un fracasado? con un tipo que se deja timar con tanta felicidad. Ninguna, pensé. ¡No seré el primero, ni el último! Muchos estuvimos comiendo mierda por años. Sentí un fuerte nudo en la garganta al verme separado de mi hija. ¡Coño, tengo que reconocer que las quiero!– Si decidió defenderse usted mismo, vamos a ver como sale de aquí –indicó el Juez.
Así empezaba el caso de la lavadora Aurika. El juez oyó todas las partes implicadas. Las mulatas no abrieron la boca; el abogado habló por ellas. Mencionó un millón de por cuantos y artículos mientras demostraba la intachable conducta de sus defendidas. Se apoyaba con un montón de papeles. Nosotros solamente llevábamos el carné de identidad. Mi esposa debió pensar así. No me conocía tan bien como se imaginaba. Se llevaría un fiasco. No sabía de mi carta escondida. Era una sorpresa. Solo esperaba el momento preciso para sacarla y así desacreditaría a las dos estafadoras. Sería mi triunfo, el que me haría recuperar su confianza. Volvería a sentir orgullo de tener un marido intachable, un hombre inteligente y trabajador. No un estúpido, como el que estaba mirando. Se le notaba en el rostro, en aquella mirada fija que me entraban por el medio del pecho. Viví en un eterno reproche por haberlas abandonado en casa, domingo tras domingo. Me iba a la fábrica a hacer trabajos voluntarios. Cumplía con los días de la defensa y con cuánta mierda inventaran. ¡La niña quiere salir a un parque con su papá, ir al cine, vernos juntos! Pedía constantemente. Pero lo hecho, hecho está, y el tiempo no regresa, no vuelve atrás. Ahora estaba en condiciones, según había calculado, de reivindicarme frente a ella y mi hija. Volvería a ser el mismo de antes. El que se batía a capa y espada en aquellas reuniones sindicales en defensa de los méritos que quisieron escamotearme, en ocasiones, ciertas pandillas laborales. Así me hacía sentir la carta que escondía. Era algo que certificaría mi pasado luminoso. Estaba cerca el momento de gritar: ¡aquí esta tu Vanguardia! El que se ganó el televisor soviético, el aire acondicionado soviético, el refrigerador soviético, la batidora soviética, la lavadora soviética, el que te hizo aprender hablar como los soviéticos y que te llevó a pasear al país de los sóviet. Pensaba en toda la gloria proletaria que habíamos vivido hasta que el juez preguntó:
–¿En qué usted trabaja, ciudadano?
La pregunta me puso a temblar. Por ese camino mi plan se vendría abajo. Hacía seis meses no trabajaba. Había quedado desempleado. No, esa no es la palabra correcta. Se dice: disponible. Quedé disponible debido a un cambio de tecnología. Soviética por canadiense. Fui excluido de la recalificación por haberme sobrepasado de la edad límite. Treinta y cinco años y un día. Por veinticuatro horas había quedado obsoleto junto a la antigua tecnología. Y por mucho que reclamé y busqué el apoyo sindical, terminé en una fábrica donde ganaba solo un tercio del anterior salario. Trabajé varias quincenas de ayudante. Cargaba insumos para una pila de negros analfabetos, llenos de collares de santerías, cadenas y dientes de oro, que más que trabajar lo que hacían era robarse lo que producían. Trabajé en un hervidero de alcohol, droga, polvos y cuchillos.
El juez estaba impaciente por la respuesta. Yo titubeaba para darla. Sabía que quedaría a la par de cualquier antisocial. No aceptaría mi historia. En un juicio hay que ser concreto, por primera vez sentí que perdería mi vieja lavadora.
–No estoy trabajando.
–¿De qué usted vive, ciudadano… quién mantiene su familia?
–Mi esposa es la que trabaja, yo me ocupo de las cosas de la casa.
–¡Ah! La lavadora es para que usted no se le lastime sus manitas.
Todos se rieron. El juez me ridiculizaba ante todos.  Parecía estar con un chicle en la boca. Las mandíbulas no dejaban de moverse.
–La lavadora es para que esté con su dueño, y usted está para impartir justicia, no para burlarse de mí –respondí.
–Aquí se hace y se dice lo que yo disponga.
Armamos un careo, del que salí mal parado. Me impuso una multa de doscientos pesos por desacato. En ese momento estuve convencido que no lograría sacar mi carta escondida.
–El que tenga la propiedad del equipo que la presente –dijo el Juez.

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domingo, 1 de abril de 2012

Preámbulo para un suicida


Me busqué en esa maldita lista, pero mi nombre no apareció. Al salir del teatro tenía la cabeza a punto de estallar; en la garganta se atoraba un nudo. No sabía cómo enfrentar la situación en la casa. A mi esposa le había negado, muchas veces, mi atención en aras del trabajo, poniéndola incluso a soñar con las divisas que ganaría al ser reabierta la fábrica, daba por seguro mi permanecía en el centro laboral.
–¿No estás ahí? –dijo Amable, un compañero que también se buscaba, y al contestarle negativamente sugirió que revisara en las listas puestas frente a la Administración–. En aquellas debes de estar –aseguró.


Crucé la calle con actitud suicida al finalizar la jugarreta montada tras la bambalina del teatro, del otro lado alguien esperaba.
–¿Estás loco? ¿O te quieres morir? –dijo Mario, un antiguo amigo de clases.
–Loco no estoy –respondí bien molesto.
–No permitiré que cometas una locura, menos ahora que vamos a ser yuntas. Te invito a tomar unos tragos, sé que no eres bebedor, pero hoy la ocasión lo amerita, vamos a ser compañeros en la pincha –aseguró Mario. 
Me dirigí al lugar indicado por Amable y desesperado busqué en los listados frente a la administración. Mi nombre no apareció, esto me llevó a entrar a la oficina donde fui recibido por el administrador que esbozaba una sonrisa y fumaba un gran Habano.


–Ven, mi yunta, te invito a tomar unos tragos, sé que no eres bebedor, pero hoy la ocasión lo amerita, vamos a ser compañeros en la pincha, aseguró.
No entendía las palabras de Mario, mi infortunio lo mantenía en absoluto secreto, y ser su compañero era estar en la calle metido en negocios turbios con dinero siempre en los bolsillos, cosa que no se ceñía a mi vida austera y laboriosa. Por un momento pensé que era un reclutamiento para alguna de sus sinvergüencerías. No abrí la boca, me encontraba atormentado, lo sucedido detrás de las bambalinas del teatro, me tenía con desgano. Acto seguido Mario me tomó por un brazo arrastrándome a un bar cercano.


–¿Qué se le ofrece, compañero? –dijo el administrador en tono muy pausado pese a mi forma brusca de entrar.
–Vine a que me explique el porqué quedé fuera de todas esas listas.
El administrador absorbió una bocanada del oloroso tabaco, convidándome a sentar, su serenidad hizo que lo obedeciera sin decir una palabra.
–Trae dos laguer bien fríos –pidió mi amigo al cantinero. Nos sentamos y me acodé en la barra para sostener la cabeza.
–Cerveza no, si voy a tomar quiero algo que me raspe la vida.
–¡Oh, qué bien!, mejor así, yo también soy bebedor fuerte... pon dos vasos con vodka y una naranjada –volvió a ordenar Mario.
Con los dos vasos llenos de vodka mi amigo propuso un brindis.
–¿Brindis?... ¿Por qué?
–Porque vamos a ser yuntas en la pincha, yo te enseño a meter cabeza y tú me alumbrarás dentro de la fábrica, llevas un montón de años dentro del monstruo.
Aunque estaba claro lo que decía Mario, seguía sin entenderlo, no tenían lógicas sus palabras. Lo observé con detenimiento antes de emitir criterio alguno, él permanecía bebiendo y concentrado en su vaso de vodka pintado de naranjada, yo el mío ni lo tocaba. Se divertía con su vaso y mi recelo, al tiempo que esperaba mis palabras.


–Mire, compañero, nosotros solos no hicimos la selección, estuvieron presentes todos los factores del centro, incluyendo el socio extranjero y la comisión fue presidida por el sindicato, quien dio el visto bueno –aclaró el futuro gerente.
–¿Cómo el sindicato va a dar el visto bueno a mi despido? Si yo estoy lleno de méritos, era hasta Vanguardia provincial. ¡Coño!, estúpido que fui. ¿Con qué cara digo en casa que quedé fuera de la fábrica?
El futuro Gerente solo me observaba fumando el gran Habano, no hizo el más mínimo de los gestos, atendía como si calculara una respuesta.


–Oye, compadre, ¿cómo si la fábrica está cerrada y no se sabe cuando vuelve a abrir, ni quienes se quedarán trabajando en ella, vas a venir con tanta seguridad a decirme que seremos compañero de trabajo?
–Voy a entrar por uno de los cursos que pusieron a convocatoria –contestó Mario.


–No se ponga así, compañero… –dijo el administrador–, el Estado no deja desamparado a nadie. ¿Usted se buscó en el listado que está en el pasillo?
–Sí, es por eso que estoy aquí.
El administrador hizo una mueca de asombro.
–Entonces le otorgaron un curso que no le gustó, ¿es eso?
–No, creo que he sido bien claro, ¡no aparezco ni en los centros espirituales!
–¡Tiene que existir un error! El consenso sobre usted era insuperable.
–Esa es mi esperanza, que exista algún error.


Lo miré sorprendido, él se mostró risueño con su vista clavada en mí, ya nos veíamos, nuestras pupilas se habían adaptado a la penumbra del bar. Recordaba el pasado, la época en que estudiábamos, realmente Mario cursaba dos cursos por encima del mío.
–Es imposible que puedas entrar a la fábrica por uno de esos cursos –le dije.
Después hice algunos análisis. La convocatoria de los cursos no es muy específica, no aclara la procedencia de los aspirantes, pero está bien definido, como un requisito inviolable e indispensable, el límite de edad.
–Dame una razón que me imposibilite entrar en uno de ellos –respondió desafiante Mario interrumpiendo mi meditación.


El administrador se levantó de su butacón, salió en dirección al lugar donde estaban colgadas las listas, las husmeó por un rato hasta que decidió regresar.
–Dígame, ¿Qué edad tiene usted?
–Treinta y cinco.
–¿Cumplido o por cumplir?
–Hace tres meses que los cumplí.
–Esto me dice que cuando se reunió la comisión ya había cumplido los treinta y cinco años –el futuro Gerente hizo un brusco movimiento de cejas.
–¿Qué tiene que ver mi cumpleaños con quedar fuera; sin trabajo?
–Usted no ha quedado sin trabajo, mejor diríamos, que está por reubicar, además tiene derecho a reclamar ante su sindicato. Le pregunté su edad para ganar en claridad y poder explicarle su situación –dijo el administrador comunicándome que los cursos eran para menores de treinta y cinco años.


–Compadre, no sea porfiado, ¿tú no leíste la convocatoria? –dije a Mario quien confesó que a través de otro amigo conoció de la convocatoria, que nunca leyó y el mismo amigo hizo la solicitud entregándola a su nombre.
–¡Tu amigo no te habló claro!... ¡Existe un límite de edad para entrar en esos cursos y tú estás bastante pasadito! –afirmé frente a Mario quien siguió bebiendo feliz, risueño; muy seguro de entrar al curso. Ya iba por el tercer vaso de vodka, el mío se mantenía intacto, pero el tipo me simpatizaba y llegué a solidarizarme y hasta creí comprender su actitud panglosiana. Éramos dos incautos de sueños truncados. Yo perdía mi trabajo, mis sueños de cobrar divisas. Él, su curso y su sueño de volver a ser mi compañero.


–¡Qué clase de mierda me han hecho! –grité en las oficinas, no podía creer lo que sucedía, apenas por treinta días de vida perdía la permanencia laboral.
En ese mismo momento hice la primera reclamación, teniendo cuidado que nadie se enterara en la casa, estaba seguro de que mi reclamo era irrebatible. Las listas se marchitaban en los murales, casi a diario iba a revisarlas con la esperanza de que mi nombre apareciera en una de ellas, hasta que recibí una citación para el teatro de la fábrica. Ese día fui dispuesto a defender mis derechos frente a los de la comisión, y ante un representante sindical salido de no sé dónde.

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